martes, 6 de febrero de 2018

Se pliega con los ojos lejanos y el alma distraída*

Hace años que no abría este blog.

No logro reconocerme en lo que aquí está escrito.

Hace unos días hablaba con alguien sobre la ausencia de la efervescencia que me parece necesaria para escribir. Desde que entré a la universidad, algo se apagó y todo lo que me producía catarsis se volvió más y más esporádico hasta desaparecer casi por completo. No canto victoria antes de tiempo; aún tengo muchas dudas que aparecen en estallidos de llanto y preocupaciones traducidas en insomnios.

No siento que haya cambiado mucho, pero bueno, al leer todo lo que escribí aquí, tampoco evoco ninguna reminiscencia de los años pasados.

No sé si soy más o menos yo.
He vivido mucho.
¿Es posible cambiar el fondo, lo esencial?
No lo creo, dentro de mí debe haber algo imperturbable por el paso del tiempo.

Recién hace unos meses termine la licenciatura. No estoy exultante, ni me siento aliviada ni orgullosa. Era algo que debía hacer y ahora está hecho. Me fue muy bien, aprendí mucho, me acerqué a muchas personas a las que no pensaba que me acercaría y me alejé de pocas personas que, a veces, extraño.

Ahora trato de combatir la melancolía en vez de llamarla a gritos para que acompañe a mi soledad. Ya no estoy sola, aunque no haya nadie a mi lado. Creo que me encontré algo tan grande, y me lo topé tan de bruces que ya no puedo fingir que no existe.

Siguen emocionándome ideas gestantes, me gustan las pláticas interesantes, aprendí que escuchar no significa sobre pensar o preocuparse sin motivo, me di cuenta de que no todos los enamoramientos ocurren para padecerlos (porque si se ignoran un rato, desaparecen). Entendí la belleza falsa del dolor.

Creo que las vivencias pueden desplazar partes de ti, las cuales parecían inherentes a tu sustancia.
No recuerdo muchas cosas de varios lapsos de tiempo. Quizás eso sea algo bueno.
He vivido tan poco.
Olvidaba la exclusión del mundo que pasa cuando escribo. O la exclusión de la conciencia del Todo.

Durante estos años, he experimentado el vaivén del tacto, la búsqueda del equilibrio, el silencio que dice verdades que no deben dejarte nunca.

No recuerdo haberme imaginado a esta edad cuando escribía. Si lo hice alguna vez, espero haber dejado registro de ello.
Para eso sirve esto. Para dejar registro de mis versiones, y, si algún día reúno la fuerza necesaria, releerlas. Intentar saborearlas. Escuchar la música que tenían esas noches desveladas, mientras aporreaba el teclado porque tenía mucho que decir pero pocas ganas de hacerlo en voz alta.

"¿Mejor o peor? Abatimiento..."
Releo lo que escribo ahora, antes de publicar. Eso recuerdo no haberlo hecho antes. La espontaneidad de expresar sentimientos debe estar dormida. Pero es mejor no despertarla abruptamente y darle tiempo.
Si es necesario, puedo desahogarme aquí de nuevo sin temor a que me juzguen o que esto lo lea gente malintencionada. Es la maravilla atroz del mundo moderno, poder lanzar algo a una red y tener la certeza de que nadie lo tomara en cuenta aún cuando lo encuentren.
Gracias a la Providencia todavía quedan personas que escuchan cuando quieres ser escuchado, entonces puedes elegir qué tipo de desahogo requieres, algo para ti, reflexivo, privado, invisible o un grito de ayuda, que aunque estridente, es necesario aprender para sobrevivir.

Ahora no necesito nada de eso.
Todo está equilibrado, en calma.
Ningún Lugar no ha sido necesario en mucho tiempo.



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