martes, 30 de noviembre de 2010

En mi cielo interior nunca hubo una sola estrella*

A veces deseo deslizarme en la inconsciencia, dejar de existir un rato, no sentir ese dolor abrumador.

Descubrí que mi mamá y yo nos parecemos muchísimo más cuando lloramos. Es algo curioso que me fije en esas cosas cuando estoy a punto de desmayarme por el Desorden.

Ojalá hubiese hecho más cosas, ojalá hubiese tomado nota de todas sus palabras... pero ahora es demasiado tarde. Jodidamente tarde. Dolorosamente inútil.

Sí, ya sé que él está mejor así, que ya no le duele, y que desde donde está él me cuida. Lo sé. Pero... me duele tantísimo.

No reconforta saber que todos nos vamos, ni que después podré verlo, no lo hace.
Y menos si él ya no canta, ni toca la guitarra.

No volveré a oírlo. Se ha ido.

Su risa burlona, sus dedos acariciando las cuerdas, sus ojos heridos...

Por más que pretenda ser fuerte, no lo soy, por eso tecleo de tanto en tanto, mientras el resto del tiempo pugno por callar los sollozos, que se sienten como desgarros en el pecho, en el alma, y me voy vaciando de todo y a la vez me siento dolida, abandonada, me siento egoísta, quiero rasgarme la piel para amortiguar el Dolor y no puedo, no puedo porque debo estar bien.
Ni siquiera puedo llorar en público. Todos quieren apoyarse en mi y yo estoy para eso, pero no puedo externar nada.



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