sábado, 14 de junio de 2014

Canta de amor y de pena, hazle callar, por favor...

Hoy en la mañana le decía a mi madre que siempre queremos lo que no podemos tener.
Queremos estar en escuelas costosas siendo pobres con un desempeño académico pobre, queremos un tren de vida lujoso en épocas de crisis financieras y ese tipo de cosas.
Yo nunca caí en la cuenta de que esas no son las únicas cosas que queremos tener. Queremos tener el amor incondicional de una madre que prefiere al hermano, queremos el reconocimiento de un profesor que tiene 500 alumnos más, queremos que nuestros compañeros sean buenos y vivan en la justicia cuando ellos nunca han tenido la oportunidad de conocerla y amarla.
Eso es lo que más quiero. Un mundo puro y justo. Puedo vivir en la pureza y la justicia en un mundo corrupto, pero eso no es bastante para mi.
No quiero vivir indignada, pero no puedo hacer que el mundo sea mejor y deje de indignarme.
No me es suficiente estar en el juego sin seguir las reglas.
Quiero un juego nuevo. Pero no puedo tenerlo.

Estoy tan cansada de todo.
He tenido unos días de disociación terribles, todo parece como una película aburrida que ya he visto cien veces y que veré mil veces más.

Ya no hay azul en el cielo. Todo es amarillo y naranja.

Por fin entendí a Juan y a San Agustín; "Todo buen cristiano tiene atribulaciones"
No me considero purista, pero me gustaría poder ser como la mayoría de la gente. No preocuparme por la bondad o la maldad, la verdad o la injusticia.
Que jamás se me pasará por la mente sentir nostalgia ni anhelo.

Pero entonces, que sería de mi indignación?
Si la indignación ante la injusticia se apaga, qué será del mundo?


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